A la memoria de Óscar Salazar Jahnsen,
ejecutado el 28.04.80, y a Fernando Núñez
que ya no nos acompañan.
En la página 115 de “Artes Visuales 20 Años 1970-1990”, de Ernesto Saul, se afirma: “El trabajo mural comienza a reaparecer recién en 1978. Primero en escenografías destinadas a enmarcar actos públicos; luego, a partir de 1979, en colaboración con el medio sindical. La iniciativa correspondió a un grupo de alumnos de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile que se habían organizado formando un verdadero ghetto. En esa época no había Centro de Alumnos y el único germen de organización era la Agrupación Cultural Universitaria (ACU) cuyos talleres acogían a los artistas de diversas disciplinas.”
La primera escenografía realizada después del golpe de Estado de que tengo memoria, la hicimos con Óscar Salazar para un acto en homenaje a Martin Luther King a mediados de 1977. No tengo registro gráfico alguno del hecho mismo, así que vierto aquí sólo los fragmentos de recuerdos que quedan en mi cabeza y la de algunos de mis amigos de ese entonces. Nótese que no afirmo que fuera la primera escenografía realizada después del golpe, sino sólo la primera que recuerdo, tal vez, la primera que vi.
Sitúo la fecha entre abril y agosto del 77 porque no hacía calor, más bien parecía temporada otoño-invierno. Hebe, una de las participantes, y flamante polola nueva de Marco Caamaño, con quien sigue emparejada hasta el día de hoy, recuerda que sirvieron vino navegado, situación que puede producirse a partir de abril, fecha que le parece temprana a mi memoria pero que coincide con el aniversario del asesinato de Martin Luther King un 4 de abril.
Es difícil que haya sido después de agosto del 77 porque tres de los que participamos, Óscar, Fernando Núñez y yo, realizábamos unas monitorías de gráfica y música en el jardín infantil Naciente, ubicado en la población Ángela Davis(*1) y el 22 de agosto de ese mismo año detuvieron a Denisse Araya(*2), la directora del jardín infantil, junto a Chila Melillán y otros colaboradores, lo que nos obligó a desaparecer del sector. Además, a fines del mismo año se inició la persecución y detención de varios miembros de la Liga Comunista, donde militábamos, asunto que terminó con varios de nuestros proyectos por los suelos.
De acuerdo con los recuerdos de Chila Melillán, es probable que hayamos llegado a ese sector por mediación de un viejo trotskista apellidado Varas, que trabajaba en un taller de amasandería que funcionaba frente al jardín infantil Naciente. Chila lo recuerda como: “un educador político que nos enseñaba y, con un gran liderazgo, encarnaba los valores que proclamaba: humilde, respetuoso, afectuoso, consecuente.” Y en otro mensaje agrega: “sus intervenciones en nuestras reuniones sociales eran clases magistrales, un autodidacta brillante, afectivo y carismático”.(*3)
Aunque no recuerdo los convocantes precisos al acto, se trataba de un grupo de la Iglesia Católica, probablemente de la hermana Karoline Mayer y/o de la Fundación Missio, que se formó por esos días. El motivo parece haber sido la inauguración misma de la Casa Martin Luther King(*4), ubicada en la orilla de las poblaciones El Bosque 1 (norte y sur), en la antigua comuna de Conchalí(*5), por Avenida Recoleta, pasado el cementerio Parque del Recuerdo. Tampoco recuerdo cómo fuimos contactados para participar en el homenaje, pero sí recuerdo que los tres que realizábamos las monitorías en el jardín infantil estábamos relacionados con el área de trabajo cultural y, en especial, con la edición de Las Armas de la Crítíca, revista cultural impresa a mimeógrafo y editada clandestinamente por la Liga Comunista. Para nombrarlos bien, aparte de mí, participó mi amigo Óscar Salazar Jahnsen(*6) y el músico Fernando Núñez, quien, junto a Marco Caamaño conformaba el dúo Huara que participaba asiduamente de la Peña Doña Javiera, de calle San Diego, dirigida por Nano Acevedo.
Fernando y Marco compusieron y estrenaron una canción especial para la ocasión. Marco no se acuerda ni de la música ni de la letra, que, según recuerdo, fue suya. Fernando, autor de la música, murió hace algunos años, de modo que no puede aportar a este asunto. Como Óscar y yo interpretábamos un dúo de quenas que nos hizo sufrir bastante —y también a Fernando, porque nunca logramos sonar muy afiatados—, jamás pude olvidarla y hasta puedo tararearla... Pero, además, conservo los borradores de algunas partituras, así que aprovecho de mostrar una página…
Para la escenografía misma, con Óscar, decidimos utilizar una foto que había aparecido en el número especial de la revista Life dedicado a la fotografía durante el año 1966(*7), y que yo guardaba como hueso santo. La imagen mostraba el rostro de un hombre negro con expresión angustiada; técnicamente, muy en clave baja, no se veía nada del entorno y sólo se apreciaba su gesto. Si bien no lo explicitamos en ese momento, ni siquiera entre nosotros, ahora pienso que el hecho de no haber usado una imagen del propio Martin Luther King, como las circunstancias indicaban, tenía que ver con mostrar una imagen que se refiriera más a la realidad de nuestro propio país que a la del homenajeado.
La transferencia de la imagen desde el impreso fue hecha con el método de la cuadrícula sobre cartones. No recuerdo el tamaño exacto, pero probablemente aprovechamos el tamaño mercurio y, usando nueve pliegos, debe haber resultado en 3,30 x 2,30 metros, aproximadamente, que fijamos a una tabiquería de madera y dispuesta en el escenario. Como era la primera vez que hacíamos una escenografía, la elección de los materiales no fue la más acertada: en vez de cartón corrugado, por ejemplo, como aprendí más adelante, elegimos cartón gris o piedra, más pesado y menos manejable. Para empeorar el asunto, lo pintamos con látex al agua que era absorbida por el cartón, que no secaba nunca y empezaba a arrugarse. Mantuvimos el blanco y negro original, así que sólo usamos pintura negra y el gris del cartón quedó como blanco. Es posible que hayamos usado brocha seca para lograr algunos grises. No obstante los desaciertos técnicos, gráficamente quedó bastante buena y nos dejó contentos a autores y participantes. Probablemente recortamos de algún modo el encuadre de la imagen.
Nota final: Este texto fue cotejado y refrendado con los recuerdos parciales de varios de los participantes: Marco Caamaño, Hebe Concha, Denisse Araya y Chila Melillán; y con la ayuda de Willy Knaudt, que fue quien aportó con la imagen de la revista Life y descubrió que correspondía a un paciente en un hospital psiquiátrico de Haití fotografiado por Eugene Smith.
Viernes 28 de abril de 2017
Nueva nota del 2022: el paso del tiempo ha permitido que también sobre Eugene Smith hayan caído unos cuantos homenajes y reconocimientos. Uno de ellos es la película El fotógrafo de Minamata, de Andrew Levitas, que recrea el período en que Eugene registró los efectos de la contaminación con mercurio en los pueblos costeros de Japón, cuando capturó El baño de Tomoko, otra de sus fotos que me emociona profundamente y que aprovecho de dejar como final de este relato.
A una breve reseña de la película y los hechos que la motivan... | Ala primera publicación de este trabajo en Facebook |
(*1) La población Ángela Davis también estaba en Recoleta, pero en la esquina suroriente del cruce con Vespucio, al lado de acá del cementerio Parque del Recuerdo. Después del golpe de Estado, los milicos intentaron infructuosamente cambiarle el nombre a Héroes de la Concepción, pero para sus habitantes siempre fue la Ángela Davis, asunto que demuestra la persistencia (o porfía) de la memoria colectiva. Hace un año atrás, fue visitada por la propia homenajeada con el nombre.
(*2) En una reciente conversación, a más de 40 años de los hechos, me enteré que las detenidas eran militantes del MAPU (ni siquiera sé de cuál de ellos) y una de ellas se enteró de que quienes hacíamos las monitorías éramos militantes de la Liga Comunista. Señalo el hecho sólo para dejar absolutamente claro lo poco importante que era la militancia de cada cual en una época en que la urgencia de la lucha en contra de la dictadura era prácticamente lo único que importaba.
(*3) Después de leer la última versión de esta historia, enviada a todos los recordantes para hacer las correcciones finales, Chila agregó lo siguiente sobre otro personaje: “Me emocioné al leer el texto y no pude no acordarme de una compañera que participaba en los talleres que ustedes impartían. También era troskista: la chica Margot, compañera del puerto, exiliada en la Ángela, era dirigenta de Calaf. Llegó con sus dos hijos, allegada en la casa de una hermana mapuche, donde compartían su alimento dentro de la pobreza y, por supuesto, los sueños. En esos tiempos duros, cuando la mayoría de los pobladores subsistíamos con la creatividad desplegada en las ollas comunes, los jardines y hogares comunitarios, como no recordarlos a ustedes, a Óscar y sus ojos hermosos”.
(*4) Se trataba de una antigua casa patronal de fundo, perteneciente al parecer originalmente a una comunidad de jesuitas, y que fue adquirida por la hermana Karoline Mayer para la Fundación Missio. Fue reparada para ser utilizada como un espacio para el trabajo social y destinada a talleres laborales, entre otras actividades. Posteriormente, para el terremoto del 2010, quedó a muy mal traer y, aunque informaciones técnicas la daban por recuperable, una decisión de la alcadesa Carolina Plaza, de la UDI, determinó demolerla y acabar con ese espacio de memoria y resistencia.
(*5) En ese entonces la comuna de Conchalí abarcaba las actuales comunas de Recoleta, Huechuraba e Independencia, que fueron creadas durante el gobierno de Patricio Aylwin, el año 1990.
(*6) Ejecutado posteriormente, el 28 de abril de 1980 en un falso enfrentamiento, por Carlos Herrera Jiménez (el asesino de Tucapel Jiménez) y otros agentes de la CNI.
(*7) No podía encontrar la revista, ni siquiera en Estados Unidos. Finalmente, puse un aviso en un grupo de fotógrafos y un amigo la tenía y me envió la foto. Resultó ser una imagen de Eugene Smith, a quien admiro mucho. Así que pasaron casi 40 años sin saber que habíamos usado una foto suya en nuestra primera escenografía. Agrego acá la portada de la revista (claro que la mía era en castellano) y, más arriba, la foto del interior que, dicho sea de paso, resultó ser casi la misma imagen que había conservado en mi memoria y que solía describir aún sin tenerla ante los ojos.
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