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Crisis de la democracia liberal y urgencia de una transformación estructural

Tulyo Sandoval

Actualizado: 14 dic 2024

La profunda crisis del sistema democrático burgués y el desmoronamiento del modelo occidental plantean desafíos que afectan a todas las regiones del mundo. En un contexto globalizado, los efectos de esta crisis no solo impactan a Occidente, sino que también alcanzan a regiones como África y América Latina, donde las luchas por la justicia y la igualdad han encontrado históricamente obstáculos impuestos por actores económicos y políticos externos.


Sin embargo, parece haber una desconexión alarmante entre la realidad de esta crisis y la percepción de ciertos sectores, que aún creen que profundizando en la democracia burguesa podrían hallarse soluciones. Esta visión no solo es ingenua, sino peligrosamente complaciente, al no reconocer que las bases de la democracia liberal han sido incapaces de resolver problemas fundamentales de desigualdad y exclusión. Más bien, lo único que han conseguido es abrir el camino a posturas fascistas, que hoy se presentan como alternativas “nuevas” y “salvadoras” para una sociedad desilusionada y exhausta.


La ausencia de una propuesta revolucionaria clara y estructurada para el siglo XXI ha dejado a muchas personas en una búsqueda desesperada de soluciones que, lamentablemente, se refleja en discursos autoritarios y excluyentes que parecen responder a su frustración. La crisis actual no puede resolverse con reformas superficiales ni asambleas constituyentes, como creen algunos. Si se analiza el caso de Ecuador, se ve claramente cómo, a pesar de contar con una constitución innovadora que protege los derechos de la naturaleza y de los pueblos originarios, el país ha vivido levantamientos sociales profundos. La estructura misma de opresión y desigualdad sigue intacta, y el papel de la constitución no basta para transformar la realidad material de las personas. Del mismo modo, en Bolivia, las leyes y reformas no han logrado apaciguar las tensiones sociales ni las disputas de poder subyacentes.


En el ámbito internacional, esta crisis se manifiesta en conflictos donde los derechos humanos y la justicia son ignorados. La tragedia palestina es un caso paradigmático: la masacre en Gaza, con el apoyo tácito de Europa y Estados Unidos, pone de relieve la hipocresía del discurso democrático occidental, que defiende la democracia para algunos, pero es cómplice de la opresión para otros.


Frente a esta situación, resulta imprescindible proponer cambios estructurales y revolucionarios. Una clave para avanzar hacia una transformación real es recuperar la propiedad sobre los grandes medios de producción. Esto implica devolver el control de los sectores estratégicos a la sociedad, asegurando que las ganancias generadas por la industria, la energía, las comunicaciones y otros sectores críticos no terminen en manos privadas, sino que sirvan para financiar y mejorar los servicios y condiciones de vida de toda la población. Esta recuperación no es solo una cuestión económica, sino también una herramienta de justicia social que permitiría un acceso equitativo a los recursos y reduciría las desigualdades estructurales.


En paralelo, se hace necesario restablecer la soberanía económica, especialmente en países históricamente explotados y dependientes. Esta soberanía implica tomar decisiones libres de presiones externas —sean de organismos financieros internacionales o de grandes potencias— y desarrollar modelos económicos propios que valoren el trabajo local, fortalezcan la autosuficiencia en bienes esenciales y promuevan una economía sostenible y respetuosa del medio ambiente. Sin soberanía económica, cualquier cambio social real queda comprometido, ya que los países siguen siendo vulnerables a las imposiciones de un sistema económico global que perpetúa la desigualdad y la dependencia.


En definitiva, creer que los problemas estructurales y globales pueden solucionarse dentro del marco de la democracia liberal burguesa es una falacia que debe superarse. Mientras no surja una propuesta revolucionaria coherente y adaptada a los desafíos de nuestro tiempo, el terreno seguirá abonado para que posiciones autoritarias y excluyentes se presenten como soluciones. La transformación no puede venir de la mano de quienes son cómplices del sistema que precisamente ha generado esta crisis.

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