21 de diciembre de 1907, Iquique, 16:30 hrs. Imagino un silencio sepulcral que precede al caos y el horror de la metralleta... Cada persona muerta, una historia. Cuando alguien es asesinado, cuando alguien muere, desaparece una potencialidad, la infinita capacidad del Ser.
Pero aún permanece en nuestra memoria.
El general que da la orden para la matanza, Roberto Silva Renard —no se olviden de este nombre— se llevó miles (no fueron 3.600, pero fueron miles) de posibilidades infinitas de Ser. Chilenos, bolivianos, peruanos, chinos, indígenas, que iban de un campamento a otro por la pampa buscando algo mejor. Seres con nombres, que un instante antes del disparo ¡estaban vivos y llenos de esperanzas!... Que, suponemos, tenían ya historias tristes, que habían vivido la miseria de un país clasista, lleno de injusticias, con un gobierno conservador, a manos del presidente Pedro Montt.
Y seres que estaban ahí acompañándolos por amor: madres, esposas, hijas, hijos de los obreros... Familias completas dejaron de existir ¡por ir a protestar! ¿Por protestar? Por pedir algunas cosas necesarias para vivir con más dignidad.
Porque iban pacíficamente marchando, con esa inocencia que resalta aún más la brutalidad del General. Debe haber sido tanto el maltrato y tanto el aguante. En 1901, en 1903 y en 1904, habían mandado comisiones con petitorios jamás escuchados, hasta que no había más que hacer.
Bajaron de varias oficinas salitreras, caminando por esa desolación... Venían de San Lorenzo, de Alto San Antonio y otras más. Se fueron juntando, y creciendo la marcha y creciendo la huelga, llegaron el 10 de diciembre al puerto. Se quedaron en la plaza Manuel Montt y en la Escuela Federico Santa María, esperando un diálogo, una negociación, una solución.
Se les unían más y más... Hasta 10 mil trabajadores en una gran huelga. Amenaza para los patrones, amenaza para el ministro del interior, Rafael Sotomayor Gaete, que ordenó la represión.
Y como muchas veces, un gobierno traicionero, que mientras negociaba a través del Intendente, un señor de apellido Eastman, decretaba el Estado de Sitio el 20 de diciembre, quitando toda libertad constitucional al ciudadano.
La negociación ocurría en la oficina Buenaventura, paradójico nombre respecto a la suerte de los representantes de los obreros que ahí participaban, pues al decidir éstos abandonar el lugar, los acribillaron con familia y todo.
Seis almas. Mal vaticinio de lo que vendría.
Leo el petitorio* y no comprendo cómo la miseria del avaro llega a tanto; ¡las exigencias no eran tantas! La codicia en cambio, de la alta alcurnia, de los dueños de las minas, patrones europeos y más que nada ingleses, de la clase política enriquecida gracias al "oro blanco", esa codicia... era aplastante.
Sed de poder que no se calma hasta la muerte.
John Thomas North, o el yugoslavo Pascual Baburizza, o el mismo Thomas Humberstone, entre otros nombres, supieron sacarle provecho a nuestro suelo. El salitre era materia para la guerra, base para la pólvora y la revolución industrial que venía floreciendo ¡y Chile cobró su porcentaje! ¿Chile? Perdón, me equivoqué. Quise decir, esa pequeña parte de Chile que tiene el poder... La otra parte, como siempre, sufre con la indignidad.
A los mineros, que trabajaban hasta 12 horas diarias, les pagaban con fichas de miseria, que debían cambiar por los alimentos en la pulpería de cada oficina, siendo estafados cada vez un poco más. Las condiciones de trabajo eran riesgosas, "los lindos ricos" no quisieron invertir en seguridad y protecciones, "¡Total, obreros hay miles!”. Parecían querer más a sus mascotas que a sus trabajadores. Señores feudales del desierto.
¿Cómo habrá sido una barraca? En esos lugares donde las temperaturas oscilan entre los menos 10°C en noches y los 40°C en el día se puede escuchar como las piedras se parten al pasar del calor al frío. En ese silencio negro, ¿habrá existido un piso de madera al menos? Dormían todos hacinados y sin baños, "¡Total, el pobre se las arregla!"
Y mientras tanto, en el elegante Congreso y lejos de ahí, los caballeros emperifollados, ni pensaban en discutir leyes que les exigieran un mínimo de esfuerzo a sus amigos que hablaban con acentos elegantes... "Que los obreros aguanten", pensaron, "y nosotros seguimos ganando".
¿Habrán tenido al menos una punzada en la guata?
La mala conciencia a ratos asalta... ¡Cuántas muertes tuvieron que cargar después! 40, dijo el mismo general... 195, admitió el gobierno. 2.200 se estima que llegó a ser el número de bajas (por la cantidad de gente reunida al momento de los disparos).
¿Qué hacer con tanto muerto? ¿Cómo lavar tanta sangre de esas calles, de esos suelos de tierra? ¿Dónde esconder todos los cuerpos, evidencia del odio, del desprecio social, de la bestialidad humana?
Fosa común, llena de esperanzas sepultadas. Llena de lágrimas y tristezas, llena de soledades, llena de una mala conciencia inconmensurable, acumulada y secreta.
Porque nadie dijo nada...
Por años... nadie...
dijo nada...
Sólo una venganza a medias se llevó a cabo: Antonio Ramón Ramón, hermano de una víctima, hiere al arrogante general de tantas muertes, quién muere en 1914 a causa de esas heridas.
Recién el 7 Noviembre de 1913, apareció un informe en la Cámara de Diputados cuestionando y relatando una dudosa versión de lo ocurrido aquel 21 de diciembre de 1907.
Pasaron 7 años más...
En 1920, ¡por fin! comenzaron a implementarse las primeras leyes sociales, mínimas, que regularizaron sueldos y jornadas de trabajo. Cien años después, una presidenta manda a exhumar y dar honrosa sepultura a los caídos. Al menos eso, un reconocimiento póstumo para amortiguar la culpa y la vergüenza de un Estado que tiene tantas matanzas a su haber.
Tantas injusticias que aclarar.
Tanto por reparar... Tanto por recordar, a esos seres que un día de diciembre, tuvieron la esperanza de ser reconocidos como lo que eran: personas trabajadoras, hermanos, amigos, familias...
Petitorio (literal) a las oficinas.
Aceptar que mientras se supriman las fichas y se emita dinero sencillo cada Oficina representada y suscrita por su Gerente respectivo reciba las de otra Oficina y de ella misma a la par, pagando una multa de $ 50.000, siempre que se niegue a recibir las fichas a la par.
Pago de los jornales a razón de un cambio fijo de 18 peniques. Libertad de comercio en la Oficina en forma amplia y absoluta.
Cierre general con reja de fierro de todos los cachuchos y chulladores de las Oficinas Salitreras, so pena de pagar de 5 a 10.000 pesos de indemnización a cada obrero que se malogre a consecuencia de no haberse cumplido esta obligación.
En cada oficina habrá una balanza y una vara al lado afuera de la pulpería y tienda para confrontar pesos y medidas.
Conceder local gratuito para fundar escuelas nocturnas para obreros, siempre que algunos de ellos lo pida con tal objeto.
Que el Administrador no pueda hacer arrojar a la rampa el caliche decomisado y aprovecharlo después en los cachuchos.
Que el Administrador ni ningún empleado de la Oficina pueda despedir a los obreros que han tomado parte en el presente movimiento, ni a los jefes, sin un desahucio de 2 a 3 meses, o una indemnización en cambio de 300 a 500 pesos.
Que en el futuro sea obligatorio para obreros y patrones un desahucio de 15 días cuando se ponga término al contrato.
Este acuerdo una vez aceptado se reducirá a escritura pública y será firmado por los patrones y por los representantes que designen los obreros.
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